LOA A RUFIAN

2022-2023

This mourning process in the form of drawings has been extended from February 2022, when my dog Rufián passed away, until the present. Since then, I’ve painted more than 500 little pieces that show Ruffian’s different poses throughout his life. By the other side of the illustration, tinny words extracted from books compose random sentences that seek to illustrate the magnitud of his wisdom.

 

 
 

[Eng] I must have been about seven years old, when on December 31st, while fishing for crabs in a rocky area in Quintero, my uncle and I found a herd of abandoned puppies in a mossy hole. Despite the insistence of my pleas, my uncle refused to help them and, reduced to my condition as a kid, I had to continue walking with the soaked crab net on my back, dripping animal tears that, evaporating between the hot stones, echoed with the Pacific Ocean and my desolation.  I will never forget that walk home; It was the first time I spoke to God.

I must have been twenty-seven years old, when on a rainy afternoon in an uneventful corner of Santiago, I ran into Rufián. So, without thinking, I put him in my backpack and continued pedaling until I got home. At the door, using my years of study at the theater school, I began to cry; pretending that that black puppy had been run over in front of my eyes would be the only way to persuade my mom to have another dog. One night! she said… but 5,474 more nights happened.

These are some poses within a timeline of 5,475 days in which, without using a word, Ruffian became the love of my life, my companion species, as Paul Preciado says: the only and most certain proof that the Planetary Democratic Project exists.

New York, 2022


 
 

[Esp] Debo haber tenido unos siete años, cuando un 31 de diciembre pescando jaibas en un roquerío de Quintero, mi tío y yo nos encontramos una manada de cachorros abandonados en un hueco musgoso que hacían tres rocas en su intersección.  Pese a la insistencia de mis súplicas, mi tío se negó a ayudarlos y reducida a mi condición de infante tuve que seguir caminando con el jaibero empapado a cuestas, goteando lágrimas de animal que, al evaporarse entre las piedras calientes, hacían eco con el Pacífico y mi desolación. Nunca olvidaré esa caminata de vuelta a casa; fue la primera vez que recuerdo haberle hablado a Dios.  

Debo haber tenido veinte y siete años, cuando una tarde de lluvia en una esquina sin novedad de Santiago, me encontré a Rufián. Entonces, sin pensarlo, lo metí dentro de mi mochila y continúe pedaleando hasta llegar a casa. En la puerta, recurriendo a mis años de estudio en la escuela de teatro me puse a llorar; fingir que a ese cachorro negro lo habían atropellado frente a mis ojos, sería la única manera de persuadir a mi mamá de tener un perro más. ¡Una noche! me dijo… pero sucedieron 5.474 noches más. 

Estas son algunas poses dentro de una línea de tiempo de 5.475 días en los que, sin usar palabra, Rufián se convirtió en el amor de mi vida, mi especie compañera, como dice Paul Preciado: la única y más certera prueba de que el proyecto democrático planetario existe. 

Nueva York, 2022